Sunday, June 19, 2005

poesia

En la cajitaLa cajita con vacío, con puerta de papel dorado. (No se sabe de qué manera unahilera de soldaditos de plomo deberá ofrecer ese orden que inevitablementepresiente).

Lorenzo García Vegade Poemas para penúltima vez 1948-1989(Saeta Ediciones, Miami-Caracas-Santo Domingo, 1991)

Masliah

LA MAQUINA DEL TIEMPO
-Este es el más directo antecesor de mi máquina del tiempo –explicó el doctor Dalesius al grupo de estudiantes que realizaba la visita guiada a su laboratorio
Se detuvo junto a una silla de aspecto corriente.
-A ver, necesito un voluntario. Usted –dijo dirigiéndose a Manuel, uno de los estudiantes. Siguiendo instrucciones del doctor, Manuel se sentó en la silla.
Dalesius entonces consultó su reloj.
-Son exactamente las cuatro y diez –dijo-. Ahora les pido un poco de paciencia, y van a ver lo que sucede.
-Manuel puede correr algún peligro, doctor? –preguntó preocupada una de las muchachas del grupo, llamada Meredith.
-No, quédese tranquila –contestó el.
-Es seguro que va a poder regresar a nuestro tiempo?- preguntó otro.
-No se preocupen por mí -dijo Manuel-. Quiero hacer esta experiencia. No me importa si no puedo regresar.
-Eso es seguro –afirmó el doctor Dalesius-: regresar no va a poder.
-Que horrible –dijo Meredith-. No volver a verlo jamás.
-Perdón –le dijo el doctor, poniendo una mano sobre su hombro-, pero esta máquina funciona al revés de lo que usted piensa. Si el chico regresa al momento del que partió, entonces usted no va a poder volverlo a ver. Fíjense en esto. Manuel –ordenó-, puede levantarse.
El estudiante se puso de pie y caminó unos pasos. Dalesius volvió a consultar su reloj.
-Ahora son casi las cuatro y doce minutos –dijo a todo el grupo-. Como pueden ver, este muchacho viajó un poco menos de dos minutos hacia el futuro. Si hubiera regresado al momento del que partió, no lo veríamos más. Él estaría pisándonos los talones durante el resto de nuestras vidas, sin que tuviéramos forma alguna de percibirlo.
-Hola –dijo entonces alguien desde otra de las sillas que había en el salón.
Todos miraron hacia allí y vieron a Meredith, que los saludaba agitando una mano. Pero Meredith, por otra parte, estaba al lado de Manuel y del doctor Dalesius. Había dos Meredith en el salón.
-Qué es esto. No entiendo nada –dijo otro de los estudiantes. Y Meredith, la original (si podía llamársela así), muerta de miedo, se aferró a un brazo del doctor. No sintiéndose sin embargo suficientemente segura de esta manera, soltó al doctor y se aferró a Manuel.
-No recuerdan nada de lo que pasó, verdad? –dijo la segunda Meredith, sonriendo-. No, claro. No pueden recordar algo que todavía no vivieron. Ustedes recién están en el momento en que Manuel se levantaba de la primera máquina. Dentro de cinco minutos, más o menos, el doctor Dalesius nos va a mostrar su segunda máquina, que es ésta en la que estoy sentada –la silla tenía unos extraños posabrazos llenos de cables- y yo me voy a ofrecer como voluntaria. Esta máquina me va a transportar unos diez minutos hacia el pasado, o sea, hasta este momento.
-y yo?- preguntó la Meredith original – Qué va a pasar conmigo?
-Usted puede retirarse –le dijo el doctor Dalesius-. No la necesitamos más.